Independencia, firmeza y respeto

08/05/2018

El Clásico, Barcelona-Madrid, seis de mayo. El Barça acaba de perder un jugador: Sergi Roberto queda expulsado antes del descanso. El Camp Nou truena, ilustrándose por su entusiasmo mucho más franco en la pitada al árbitro que en el apoyo a los suyos. Al volver a los vestuarios, Messi interpela al árbitro del partido, Hernández Hernández. En el túnel, testigos relatan que el jugador le dice al colegiado "te cagas, te cagas y ya está bien de regalarles cosas". Nada sorprendente que Hernández Hernández se cagara, pero de verdad esta vez: en la segunda parte se acumularon dudosas omisiones a favor del Barcelona, destinadas a "compensar" la supuesta injusticia que habrían sufrido los culés, y que con tanta mala leche denunciaban Messi y la afición.

El público de un estadio es como la opinión pública en una democracia: tiene derecho a expresarse legítimamente. Y por lo visto, hasta tiene derecho a la estupidez descarada, faltando el respeto e insultando al árbitro o al equipo contrario (porque claro, estamos en un ambiente festivo, y, además, "con lo que he pagado mi entrada, ¡necesito mi derecho a insultar!"). No voy a atrasarme demasiado, pero solo recordarle al público que, aunque parezca que no, los insultados los tiene enfrente, y que formar parte de una masa puede aliviar la conciencia de responsabilidades, pero que la cobardía permanece como falta individual. Que, si tanto le relaja insultar para extraer sus frustraciones personales, lo puede hacer solo en casa, y así ejercer de ejemplo ante su hijo.

Bueno, al grano. No hay ninguna prueba efectiva de que Messi haya conversado con el árbitro, ni de que le haya dicho tal frase. Lo que sí está seguro es que no habría ninguna incoherencia en que tal especulación sea verdadera. El último Clásico no fue una excepción al desarrollo corriente de los partidos: en la cancha, cualquiera, del Barça como del Madrid, podía discutir y meter presión al árbitro, supuesta autoridad suprema del campo garante del respeto de las reglas. ¿Libertad de expresión? Observando la comunicación gestual y el tono de los jugadores empleados con demasiada frecuencia, resalta una agresividad fuera de lo común, tolerada y alentada por los cuerpos técnicos. Parece que eso no acaba a palos por miedo a las sanciones, pero algunas actitudes transmiten más violencia y odio que unos tortazos.

En un planeta alejado, lejos de las millonadas del fútbol profesional, existen árbitros apasionados y benévolos, que se levantan con mucho gusto los domingos por la mañana y sacrifican casi un día para arbitrar equipos amateurs. Bueno, queda más justo escribir que se levantaban con mucho gusto. Porque ahora, en vez de una recompensa moral, se llevan insultos y palizas: jugadores, técnicos y aficionados expresan su discrepancia a bofetones limpios. Hartos de ser escupidos y maltratados, esos árbitros lo dejan poco a poco. Y creo firmemente que esos comportamientos indignos que observamos en los partidos profesionales transmitidos por televisión favorecen la propagación de la violencia hacia cuerpos arbitrales en las ligas no-profesionales.

Yo he sido jugador de rugby, con el privilegio, pero exigente carga, de ser capitán. Escribo eso porque en un partido de rugby, el capitán es el único en poder conversar con el árbitro, haciéndole reclamaciones dentro de un marco de respeto intocable. Por lo tanto, a un capitán de rugby se le escoge por su educación, autocontrol y sentido común. Cualquier jugador que no sea capitán y que se atreva a hablar con el colegiado causa una falta en contra de su equipo, y a menudo queda expulsado. Eso es lo que llamo independencia de la justicia y autoridad para un verdadero poder supremo. Y el público, en las esferas profesionales y no-profesionales, no lo insulta: los actos de violencia hacia el arbitro en partidos de rugby son mucho más excepcionales.

Hay que reformar las reglas del fútbol para darle al colegiado, como en el rugby, una autoridad total en el terreno que favorezca el respeto sin compromiso a su figura. Hay que seguir castigando con contundencia los clubes por el comportamiento irrespetuoso de sus aficionados. E intentemos conservar un ambiente deportivo sano para el fútbol, que responsabilice y castigue los jugadores de arriba que no den el ejemplo en el terreno, para proteger los árbitros de abajo, los que hacen que pueda vivir la pasión del fútbol.

© César Casino

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