El error de Rivera
El viernes primero de junio, una semana después de que el gobierno de Rajoy aprobase los presupuestos, el líder socialista Pedro Sánchez ganó la mención de censura que presentó para derrocar al gabinete vigente. El motivo de esa moción fue ético: la durísima sentencia del caso Gürtel confirmó pocos días antes que el PP ganó las elecciones dopado y puso en duda la credibilidad del testimonio del presidente del Gobierno. Esa moción de censura, que todos creían inviable, acabó contando con el apoyo de Podemos y de los partidos nacionalistas vascos y catalanes como el PNV, PDeCat, EH Bildu y ERC. Ciudadanos no se asoció a la moción, proclamando de manera obstinada que nunca votaría lo mismo que los nacionalistas, y que tendrían que expresarse los españoles, rogándole a Sánchez que convocara elecciones de inmediato.
Hace doce años, el adalid de Ciudadanos, Albert Rivera, se presentaba como candidato a la Generalitat de Cataluña posando desnudo y proclamando su voluntad de luchar contra el nacionalismo. Poco a poco esa reivindicación dejó paso al lema de la lucha por la probidad ética y contra el bipartidismo corrupto, explicando que Ciudadanos sería una centroderecha limpia, una alternativa a un Partido Popular en putrefacción. Pero eso no vendía: Rivera seguía lejos de alcanzar al Partido Popular y en 2015 Ciudadanos obtuvo solo 32 escaños, poca cosa comparado con los 134 del Partido Popular.
El 1-O lo modificó todo. A partir de ese momento, Ciudadanos fue buscando votos en el rechazo al separatismo golpista y en el respeto a la unidad territorial tanto como en la denuncia de la inacción marianista frente al secesionismo. Y eso funcionó: la exaltación kitsch de un nacionalismo españolista (pero con "garantías" liberales), la dureza de las críticas al supremacismo catalán y unos resentimientos recentralizadores pudieron virtualmente con el Partido Popular, que cayó bajo el 20% de los votos cuando Ciudadanos casi asomaba a los 30% en las encuestas, absorbiendo votos populares y socialistas.
El leitmotiv catalán le venía bien a Rivera. Pero la sentencia de la trama Gürtel le quitó el monopolio tanto a él como al títere Torra. España no tenía un solo problema, sino varios, y la corrupción generalizada del partido que gobernaba era uno de ellos. El astuto Sánchez, acosado por el desmoronamiento de su partido previsto por las encuestas, jugó su última carta, que resultó ser excelente: presentando la moción de censura, pudo asociar imperativos éticos con un brillante sentido estratégico, y alcanzar una presidencia inesperada. Lo que las urnas sin duda no le hubieran dado, se lo dio la Constitución.
Sánchez solo podía ganar. Si no salía adelante la moción de censura, se podría presentar a las próximas elecciones como el hombre presidenciable que había mostrado pruebas de querer luchar contra la corrupción y gobernar, y poder acusar a Ciudadanos de incoherencia por votar no a la moción de censura. Si salía adelante la moción de censura, a pesar de las dificultades de gobernar en minoría, podría presentarse al pueblo español como un presidente serio en los temas de integridad nacional y economía, gobernando a base de consenso. Y poder defender que había sido él el que había echado a la gangrena de una corrupción que la justicia no dejará de recordar con próximas sentencias, resaltando que uno de sus principales rivales, Ciudadanos, no se había situado rotundamente en contra.
Ahora, cabe preguntarse: ¿puede funcionar la estrategia de Ciudadanos? Rivera está cometiendo un error, tanto estratégico como ideológico. El partido naranja no podrá conservar el monopolio de la lucha contra el separatismo: el PP reconstruido volverá a la ofensiva después de dos legislaturas de pasividad, cuando Sánchez ya ha demostrado con la nominación de Josep Borrell en la cartera de exteriores que no irá de broma con la integridad territorial. Además, si quisiera gobernar y rectificar la situación en Cataluña, Albert Rivera tendría que tener en cuenta que para reconciliar una sociedad, es necesario un equilibrio sostenible entre una recentralización necesaria y la defensa del estado de las autonomías cuyo mantenimiento es innegociable. No le conviene a nadie, sino a los golpistas, que se fomente una tensión superflua: que actúen los jueces, pero que vuelva el diálogo para volver a rectificar y convencer.
Con ese no a la moción de censura, Ciudadanos ha perdido su faceta ética, que con tanto chuleo había defendido los años anteriores, para presentar su cara más cortoplacista. A pesar de decidir liquidar la legislatura, ha fomentado las críticas prefiriendo un no incoherente y solo justificable con razones electoralistas, frente a un sí rotundo que hubiese demostrado que el partido naranja seguía tomando posición contra la corrupción, disminuyendo así los riesgos de perder parte de su electorado. Ahora, deberá luchar a la derecha contra un Partido Popular que sigue mayoritario en el Congreso y que querrá asumir la posición de partido de oposición. Por la izquierda, tendrá que vigilar la fuerza de un Sánchez que estará en el centro de la atención demostrando que es un presidente serio en los temas graves, lo que le permitiría recuperar los votantes socialistas que veían en Rivera esa firmeza que supuestamente le faltaba a Sánchez.
Si se hubiesen convocado elecciones en inmediato, Rivera sería sin duda presidente del gobierno. Pero la Constitución y la democracia se lo denegaron. Y por lo visto, el líder naranja lo tendrá más complicado tras unos cuantos meses de "gobierno Frankenstein".
"El poder desgasta solo a aquel que no lo tiene", escribía Andreotti. Rivera: el desgaste sin poder.
© César Casino