28-A : Gana Sánchez, pierde España
El 28 de abril tuvieron lugar las elecciones generales en España, de las que el presidente del gobierno Pedro Sánchez salió ganador, con el PSOE pasando de 85 a 123 escaños. En segunda posición, el PP se dio un batacazo, obteniendo solo el 16,7% de los votos -el peor resultado de su historia- seguido de muy cerca por Ciudadanos, al que solo le faltaron 9 diputados para realizar el "sorpasso" al PP. Unidas Podemos perdió votos a pesar del esfuerzo de Pablo Iglesias por parecer más que nunca un candidato consensual, serio y ministrable.
Es imprescindible recordar el contexto político agitado para entender esos comicios anticipados. Las dos fechas del primero de octubre de 2017 y del primero de junio de 2018 fueron las que marcaron la agenda política española para mucho tiempo. La primera transformó radicalmente el debate político español y la segunda señaló el fin del ciclo Rajoy y la reconquista de un PSOE en manos de Sánchez. Pero también provocaron una división profunda del escenario político español, haciendo posible la entrada de la extrema derecha en las Cortes Generales y haciendo del problema catalán el protagonista exclusivo de esta campaña, a expensas de otros temas menos polémicos. Esta situación fue clave en el posicionamiento de los partidos de izquierda, y sobre todo de Pedro Sánchez, que quisieron diferenciarse de Ciudadanos, del PP y de Vox, supuestamente obsesionados con Cataluña. Pero no nos engañemos: Sánchez es el principal responsable de la polarización de esa campaña. Y eso, por dos razones.
Ante todo, por su tardía convocatoria de elecciones y sus embustes durante el debate previo a la moción de censura, durante el cual se comprometió en convocar elecciones lo más rápido posible. No solo demostró poder mentir sin ninguna vergüenza, sino que, durante casi un año, se aferró al poder con una obstinación fuera de lo común, a expensas de ser chantajeado por los mismos nacionalistas a los que había culpado de haber llevado a cabo un golpe de Estado un par de semanas antes, y a cambio de agachar la cabeza frente a los insultos de Gabriel Rufián a su ministro más prestigioso, Josep Borrell. El mundo de la política responde a una moral diferente, escribió Maquiavelo; y eso a Sánchez no se le olvida.
La segunda razón es el precio altísimo de su cinismo practicado para acceder y mantenerse en el poder con el apoyo de los nacionalistas. ¿Cómo podría haberse quedado pasivo un constitucionalista ante tal inacción del presidente del gobierno ante la instrumentalización de las instituciones catalanas por una Generalitat en manos del nacionalismo separatista? ¿Cómo podría haber aguantado un constitucionalista que una ministra de la Justicia apartase a Eduardo Gal para que la Abogacía del Estado no defendiese el criterio de rebelión en la causa del procès? ¿Cómo podría haber reaccionado un constitucionalista ante la humillación de ver un Estado democrático negociar con una de sus Comunidades Autónomas a través de un mediador? La serie de cesiones que tuvo que aguantar el Estado español para que Pedro Sánchez se mantuviera en el poder fueron una de las grandes causas de la subida de Vox, de la fragmentación del voto de la derecha y del hundimiento del PP.
En un momento en el que el escenario político español, para afrontar un ataque separatista, debería permanecer más unido que nunca, las instituciones españolas sirvieron de instrumento para que Pedro Sánchez permaneciera en el poder unos cuantos meses más. Esos meses debutaron con la composición de un gobierno mayoritariamente femenino en una magnífica operación de comunicación. La pena fue que por ser más femenino no se libró de ser corrupto o incompetente, como lo demostraron las dimisiones de Carmen Montón y Maxim Huerta, o el despido de Concepción Pascual.
Por lo tanto, diga lo que diga Sánchez, su responsabilidad activa e interesada en la llegada de la extrema derecha a las Cortes Generales y en la polarización del debate en torno al nacionalismo catalán es máxima. Todo aquello no deja de ser una vieja estrategia de la izquierda basada en promover la extrema derecha para arrebatarle el voto a la derecha tradicional. La aplicó François Mitterrand a partir de 1982 para favorecer al Frente Nacional. Empezó presionando al Ministro de Comunicaciones para que incitase los medios audiovisuales a dar cobertura a Jean-Marie Le Pen, entonces presidente del Frente Nacional, con la excusa de que no disponía de la representación mediática merecida. Y continuó en tal dirección modificando el modo de escrutinio mayoritario en proporcional para las elecciones legislativas de 1986, en las que el Frente Nacional obtuvo 35 escaños, lo que fue en aquel momento el mejor resultado de su historia. En 2011, un Jean Marie le Pen agradecido declaró en el diario Le Point que François Mitterrand era «un verdadero político» por haber establecido el escrutinio proporcional, entonces inédito en la quinta República francesa.
Es imposible no ver un paralelo entre la estrategia de Mitterrand y la de Pedro Sánchez. Con la ayuda de José Félix Tejanos, director del CIS, Pedro Sánchez infló a Vox en los sondeos para que el nuevo partido pudiese participar en los debates televisivos. Entonces, el presidente socialista tenía previsto acudir a dos debates como garantía de pluralismo y democracia: el debate a cuatro en TVE y un debate a cinco, con Vox, en Atresmedia. Pero la decisión de la Junta Electoral de excluir a Vox del segundo debate, con la que Sánchez se mostró muy crítico, vino frustrar su estrategia. Y su opinión cambió: con un debate era suficiente.
Otra prueba de deshonestidad intelectual es que a la vez que favorecía Vox, Sánchez culpaba a los partidos de derecha por aceptar el diálogo con Vox en Andalucía. Pero hasta ahora, los únicos nacionalismos que han herido a la democracia española son los nacionalismos catalán y vasco, con los que sí negocia Sánchez. Y a los que pretendan que Vox es un mero descendiente del franquismo, y que sus miembros son descendientes de familias franquistas, les vendría bien recordar cuantos hijos e hijas de notorios franquistas y carlistas catalanes son y han sido figuras claves del nacionalismo catalán (Carles Puigdemont y Marta Rovira), y cuantos antiguos etarras figuran en las listas de Bildu (Arnaldo Otegi). Pero a Sánchez, felón como es, no le molestó presentar tales argumentos, ya que le permitieron movilizar más electores caídos en la trampa del "retorno del fascismo", y ganar las elecciones.
Sinteticemos. Primero: la afirmación de que Vox ha derechizado el debate electoral es absolutamente falsa. Sánchez ha promovido él solo las condiciones para la emergencia del voto Vox, que ni siquiera tenía un escaño hace dos años. Segundo: el debate no se ha derechizado, sino que se ha constitucionalizado. Los meses de gobierno Sánchez han ahondado la fractura entre los partidos que defienden la Constitución (Ciudadanos, PP y Vox) y los que la atacan o no la protegen por su pasividad (PSOE, Unidas Podemos, nacionalismos vasco y catalán).
Pese a todo, Pedro Sánchez ganó las elecciones, por lo que le corresponde formar gobierno. Pero cabe recordar que esta victoria de Sánchez y de la izquierda no es tan rotunda como parece: la izquierda sumó el 42,99% (11 214 684) de los votos contra el 42,82% (11 169 796) de la derecha. El resultado del PSOE es el tercer peor de su historia. Si nos atenemos a la promesa de campaña de Ciudadanos, Pedro Sánchez tendrá que pactar con Unidas Podemos, entregando más que nunca la clave de la gobernabilidad a los nacionalismos. Se podrá deplorar la ceguera de Ciudadanos y del PP, que cayeron en la trampa de una campaña demasiado hostil. Pero en el fondo, la culpa no es de los partidos de derecha, ni tampoco de la postura de Ciudadanos: Sánchez sabía perfectamente que estaba dividiendo y fragmentado el escenario político en un momento crucial, por lo que de hombre de Estado responsable y constitucionalista tiene muy poco.
Al líder socialista no se le debe olvidar que, en Cataluña, territorio que tanto cristalizó los debates, a pesar de una movilización del electorado nacionalista mucho más grande que de costumbre, los partidos nacionalistas solo han obtenido un 39% de los votos. Ese resultado confirma lo que ya sabemos, y lo que Sánchez no deberá ignorar: no existe en Cataluña ninguna mayoría independentista que justifique cualquier cesión que pueda vulnerar la Constitución o los derechos de la mayoría de los catalanes que se sienten españoles.
¿Y ahora qué? Ha vencido el cinismo de Sánchez, que normalmente dispondrá de cuatro años de gobierno, con Unidas Podemos su lado, que a pesar de mejorar su imagen siguen siendo un partido de demagogos con intenciones ocultas retorcidas. Vox podría seguir creciendo, lo que seguiría favoreciendo a Sánchez. Llegarán momentos cruciales para el futuro de España y la convivencia en Cataluña, como la sentencia del juicio del procès y la posibilidad de un indulto, interrogación a la que Pedro Sánchez no quiso responder. Las propuestas de Pedro Sánchez para resolver los problemas de Estado con los que choca España son infantiles por procrastinación. Tras cuarenta años regalando más autonomía contra votos en el Congreso, y con una unidad erosionada hasta el punto de que el gobierno de una Comunidad Autónoma haya asaltado la Constitución, proponer profundizar la autonomía sin ninguna contrapartida para recuperar el diálogo, la convivencia y la lealtad es demostrar una ceguera asombrosa.
Podrían haber sido cuatro años para iniciar un diálogo entre partidos constitucionalistas con la mente puesta en reformar la Constitución, con la posibilidad de ampliar algunas competencias siempre que se restablezcan la igualdad entre comunidades autónomas y la lealtad. Podrían haber sido cuatro años para proteger a la otra mitad de los catalanes a la que se le pisotean sus derechos, para acabar con el adoctrinamiento escolar y para devolver a los medios de comunicación autonómicos su neutralidad. Cuatro años para restablecer la igualdad entre españoles, sea territorial, lingüística o fiscal. Cuatro años para reconstruir un modelo de Nación muy alejado del que defienden los nacionalistas, sean catalanes, vascos o españoles.
El fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba, al que conviene rendir un firme homenaje, nos recuerda la fractura entre dos versiones del PSOE. El gran PSOE, el de los estadistas responsables, ha dejado paso al PSOE de Pedro Sánchez, cuyo maquiavelismo está llevando España a una fractura muy alejada del modelo del consenso que históricamente ha sustentado nuestra democracia. Frente al desvanecimiento del bipartidismo, no se encontrará una solución al problema de la convivencia sin diálogo entre los partidos históricamente constitucionalistas y serios, es decir Ciudadanos, PSOE y PP. Esperemos que el PSOE vuelva a una senda de responsabilidad, la que pudo encarnar Rubalcaba, y la que ha destruido Pedro Sánchez.
Cita adicional para el PSOE: de tanto seguir el modelo socialista francés, cuidado en no acabar como él.
© César Casino